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Un pokito de historia

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Mensaje  Washalin Sáb Jul 18, 2009 2:44 pm

Anub´Arak, Antiguo Rey de Azjol-Nerub

Los primeros exploradores humanos que llegaron a Northrend, el helado e inhóspito continente localizado en el extremo polo norte del mundo de Azeroth, contaban la leyenda de unos seres de pesadilla que habitaban el subsuelo, monstruos de indescriptible horror que emanaban de gigantescas colmenas subterráneas, trampas mortales de las que ni siquiera el guerrero más osado podría escapar jamás.

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La historia, desgraciadamente, es mucho peor…

Hace mucho tiempo, más tiempo del que puede recordarse en un libro, o del que puede narrarse en una historia alrededor de una fogata, en las profundidades de las oscuras y heladas cavernas de los intrincados laberintos subterráneos de Northrend, antes de que los Kaldorei abrieran sus ojos y le cantaran a las estrellas y a la Luna; antes de que los enanos cavaran la roca y edificaran sus impenetrables ciudades entre las montañas; antes de que el primer ser humano pisara la tierra y entendiera, dos grandes imperios chocaron sobre la tórpida superficie de Kalimdor.

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Cuenta la leyenda que existió una raza, los Aqir, cuya monstruosidad y perversión se manifestó con horror por sobre toda la faz de la tierra. Estos seres, mitad humanoides y mitad insectos, construyeron un vasto imperio que abarcaba desde el helado continente de Northrend hasta el incandescente desierto de Tanaris, al sur del actual Kalimdor.

¿Hasta qué punto llegaba la maldad, la destrucción, el terror de esta raza de superinsectos, el primer azote del que la historia tiene noticia hasta el día de hoy? La pérfida raza de los Aqir… una raza que construyó un imperio… que conoció la escritura… que edificó gigantescas ciudades funerarias… que desarrolló tecnologías que aún hoy permanecen desconocidas para razas supuestamente más avanzadas… una raza de sacerdotes, filósofos, escritores, estadistas e ingenieros…

Un momento. ¿No estábamos hablando de monstruos?

Y es que las primeras noticias de los Aqir nos llegan de boca de sus jurados enemigos, los trolls. En efecto. Hace siglos, dos inmensos imperios, los Aqir y los Trolls, chocaron en una guerra abierta y terrible por el control del mundo.

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¿Pero qué llevó a estos seres tan inteligentes a una conflagración de tan grande magnitud, que incluso amenazó la existencia misma del mundo? Poca información nos ha llegado de este oscuro periodo de la historia, en parte, porque las principales fuentes de información han sido destruidas por el ascenso y la caída de los imperios, pero también, porque la poca información que aún yace intacta se encuentra oculta bajo la tierra, cubierta por el halo de un enigma que se remonta a la Era de los Dioses Antiguos…

El origen de la raza de los nerubian, sin embargo, se marca a partir de un hecho aún más reciente (si podemos llamarlo así), pero igual de catastrófico: el Gran Ocaso, el cataclismo máximo del cual el mundo de Azeroth tiene memoria, que dividiría, talvez para siempre, el destino de los descendientes de los Aqir.

Vencidos, sí, mas no extintos. Dos grandes ciudades surgen de la derrota de los Aqir y el estallido del Pozo de la Eternidad: al sur, en la desértica región de Tanaris, elevándose sobre las arenosas dunas de Silithus, Ahn Qiraj, la Cripta Ancestral, donde temibles Emperadores Gemelos Qiraji reinan sobre las vastas hordas de los silithid, honrando en un iracundo y vengativo dios; y en el norte, extendiéndose kilómetros y kilómetros en oscuras redes de túneles, Azjol-Nerub, el reino de los enigmáticos nerubian y de sus misteriosos secretos.

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Las Centurias pasan. Mientras los Qiraji y sus hordas de silithid son finalmente derrotados por el esfuerzo conjunto de los Elfos Nocturnos y la Prole de Nozdormu el Imperecedero, en Northrend, los nerubians, aislados del resto del mundo por el Gran Océano, ven nacer un Imperio. Siglos de guerras se suceden contra los Trolls Draktari de la nación de Gundrak, pero un peligro aún más tenebroso se halla allí, en medio de la oscuridad… un peligro olvidado Que No Tiene Nombre.

A pesar de ello, los nerubians emergen victoriosos a la superficie. Empiezan a reproducirse con increíble rapidez. Sus tropas crecen día con día. Surgen reyes y reinas que se disputan el poder. Los nerubian desarrollan su tecnología y se descubren asimismo como grandes ingenieros. Descubren la escritura, la aritmética y la geometría, y llegan a determinar que la pirámide es la forma geométrica perfecta en el universo. Por eso, sus Ziggurats, coronados por potentes cristales de hielo que dentellan cual aurora boreal, se elevan hacia el oscuro y encapotado cielo de Northrend.

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Azjol-Nerub ya no es solo una ciudad mítica perdida en las profundidades de los hielos eternos. Es la capital de un Imperio, el imperio formado por los dos Grandes Reinos Superior e Inferior. Sacerdotes funerarios elevan sus plegarias de incienso y sangre en la profundidad de los tálamos funerarios donde los grandes reyes y reinas del pasado son momificados ritualmente, para dar el último viaje por el río de la muerte donde El Que No Tiene Nombre pesa los corazones y devora las almas de los abyectos.

Y es entonces que, en medio de la vorágine de un hambriento imperio que crece, suena un cuerno en las profundidades del laberíntico Reino Inferior. Los húmedos y sombrìos túneles, anteriormente vacíos, se pueblan por cientos de pasos, ecos y figuras que corren, en cuadrillas, hacia el interior.

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Al final del túnel, se abre una inmensa cámara, que por su aspecto semeja una colmena. Y miles y miles de grotescos insectos, de todos los tamaños y formas, se han lanzado en la oscura catacumba, al llamado de su Señora. La Reina Araña emite gemidos y lanza bufidos de cólera. Uno de sus zánganos corre y se coloca debajo de ella, tratando de apaciguar su dolor, pero la terrible soberana de los nerubian lo toma por la cabeza y se la arranca de un mordisco.

Todos los nerubian silban a la vez en un inmenso y enloquecedor pandemonium. Una de las puertas de la cámara se ha abierto. La Guardia Real trae sujeto al prisionero, nada menos que el gran Warlord de la tribu de los Draktarhi, quien contempla, por primera y última vez, el rostro del Abismo.

Los Guardias lo colocan sobre sus rodillas, pero él se resiste a inclinarse ante su archienemiga. La Reina Araña sonríe, y con una de sus temibles tenazas, le corta las piernas de un golpe. El Warlord lanza un grito de dolor y cae desangrándose al suelo. La Reina Araña coloca su ponzoñosa vejiga sobre el cuerpo del troll. Casi de inmediato, una horrible figura, blanca y alargada, recubierta de limo, una larva sin duda, empieza a asomarse por el vientre de la reina y lenta y dolorosamente, se coloca sobre el vientre del aún vivo y mutilado Warlord, que aúlla de dolor y espanto.

La Reina Araña lanza un grito de triunfo y su voz seseante hace eco en toda la caverna.
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Mensaje  Washalin Sáb Jul 18, 2009 2:44 pm

Ha nacido el Gran Rey de Azjol-Nerub.

Anub-Arak. Así puede leerse en los antiguos jeroglíficos que colman las paredes de los ziggurats de Azjol-Nerub. Son pocos los que han logrado descifrar su significado, pues solamente los Enanos, en su infinito afán de hallar la verdad de sus orígenes, han logrado llegar hasta los oscuros rincones de la antigua fortaleza de Draktharon Keep, donde los Trolls Draktarhi alguna vez ofrecieron resistencia al ataque de los ejércitos nerubian.

Anub’Arak gobernaría el Reino Superior e Inferior de Azjol’Nerub en una época de gran esplendor y también de gran sufrimiento, pues sería él el último de los grandes reyes, el que cerraría la línea real en la que le precedieron Thebis-Ra, Anubiros, Arak’arahm, Pharoh-moth y tantos otros nombres registrados en el Libro de los Reyes.

Y es que es en la época de Anub-Arak en que el impacto de un meteoro ha conmovido las bases mismas del Imperio subterráneo. ¡Hay que darse prisa! Si Anub’Arak no se entera pronto de qué se trata este ataque a su reino, seguramente devorará en su furia a todos sus astrónomos e ingenieros.

Los obreros de Azjol-Nerub construyen el Gran Zigguratt donde reposará su líder cuando muera. Anub’Arak en persona supervisa la obra. La inmensa estructura se levanta en medio de la profundidad de la caverna, mientras los cadáveres de los esclavos forman una alfombra que saluda el paso del Gran Rey.

Los espías reportan que el glaciar forma un inmenso y descomunal trono de hielo en medio del desolado valle.


¡¿Un trono?! ¡No hay más rey que Anub’Arak!

Así, pues, los ejércitos de Azjol-Nerub asedian el glaciar Corona de Hielo durante meses. El oscuro Rey que lo gobierna ha resistido impresionantemente todos los ataques de los nerubians. Ni el hambre, ni el frío, ni la escasez de agua logran minar sus fuerzas.

Anub’Arak ha ordenado un gigantesco asalto al Trono de Hielo, pues planea acabar de una vez por todas con su rival. Sus tropas se lanzan a la batalla furiosas y sedientas de sangre, pero el Señor de Corona de Hielo tiene inmensos y terribles dones. En el cielo han aparecido escalofriantes y gigantescos esqueletos de dragones, que bombardean con su aliento gélido a los nerubians.

Anub’Arak ordena bajarlos a tierra. Enormes y potentes telas de araña forman redes y hacen descender a los esqueletos a tierra, donde son presa del veneno de la infantería.

Sin embargo, la ira de El Que No Tiene Nombre ha caído sobre Azjol-Nerub. Y un nuevo terror sacude hasta los tuétanos los más profundos horrores de la raza insectoide. El Rey que habita en el Glaciar… puede levantar a los muertos de sus tumbas, siguiendo la voluntad de su oscuro señor. ¡Los muertos andan como los vivos sobre el mundo! El gran palacio de Azjol-Nerub, en el Reino Inferior, ha sido asaltado por los cadáveres de los señores Nerubian caídos en otras batallas. El rival de Anub’Arak es realmente poderoso, pero ni convocando a los muertos vencerá al Gran Rey…

Finalmente, el día que todos temían ha llegado. El incienso ascendía y llenaba la cámara mortuoria con una neblina invisible y espesa. Sobre la cripta, los sacerdotes alzan sus cantos fúnebres invocando el poder del Que No Tiene Nombre, el dios funerario, para que ayude al alma del difunto a cruzar el río de la muerte.

El sacerdote mayor hace una libación con hiel, mientras los embalsamadores toman el cadáver y lo abren con toda la fuerza de sus tenazas. Los órganos del muerto han sido debidamente extirpados y colocados en cada uno de los frascos rituales. Especias de todos los tipos, extraídas de la profundidad de las cavernas, perfuman la naciente momia que, suavemente, es levantada y colocada en el sarcófago.

Los sacerdotes levantan el sarcófago en hombros y, rodeados del cortejo de escarabajos que siempre le escoltaron en vida, empiezan la marcha fúnebre hacia el ziggurat donde descansará eternamente el Gran Rey de los Nerubian. Eternamente… Al menos, eso rezan los jeroglíficos.

Los nerubians huyen a la profundidad de las cavernas mientras su ciudad subterránea arde en llamas. Enormes tropas de muertos vivientes ocupan los palacios y matan todo lo que se mueve y respira. La tumba del Gran Rey ha sido profanada, y su cuerpo, robado. Todos los sacerdotes han sido asesinados. ¡Pobre del Gran Rey! Su alma nunca pasará el río de la muerte…

Una veintena de años y otra más han pasado desde que la Guerra de La Araña se librase en las oscuras y heladas catacumbas del caído Imperio de Azjol-Nerub, cuyos escombros son ahora presa del olvido y de la memoria. Oscuros horrores se han apoderado de los pasadizos que otrora gobernaran los Reyes Nerubian. Otro Rey, el Oscuro Señor de los Muertos, erige su fortaleza en el Glaciar Corona de Hielo. Una fortaleza donde la muerte y la podredumbre se enseñorean en la oscuridad. Se le ha dado un nombre. Naxxramas. La Sombra de la Necrópolis.

Hasta allí ha llegado un solitario y atrevido viajero. Ha sobrevivido de milagro las vicisitudes del viaje. ¿Cómo lo ha logrado? ¿Cómo ha cruzado el Gran Océano de Hielo y sobrevivido a las tormentas de nieve y hielo de la Bahía Daggercap? ¿Cómo es que las tribus Drakthari, ocultándose en los petrificados bosques de Northrend, no le han degollado ya? ¡Ha sobrevivido a los Wendigos! Y así, cruzando en medio de los silenciosos guardianes arácnidos levantados de sus tumbas y erigidos en Demonios de la Cripta, Kel’thuzad, el Viajero, penetra hasta la profundidad de Naxxramas.

Delante de él, al final del pasillo, una gigantesca y dantesca criatura le espera, mezcla de escarabajo y araña, cubierto de heridas antiguas y vendajes. Ha sido levantado de entre los muertos. Anub’Arak. El Señor de la Cripta.

El que anteriormente combatió con tanta vehemencia al Rey Lich, ahora es su gran defensor, el mayor general de entre sus ejércitos. No tiene otra elección, vale decir. El Oscuro Señor de la Muerte se enseñorea de él así como lo hace con el resto de los desdichados habitantes de la gigantesca Necrópolis. Anub’Arak se ha encargado de barrer los últimos focos de resistencia del Imperio Nerubian, cuyos últimos defensores han huido a la superficie o se ocultan en los túneles más alejados del Reino Inferior. Para el instante en que Kel’thuzad y Anub’Arak se conocen, las armas con que el Rey Lich se dispone a destruir la tierra están casi preparadas. Sin embargo, a pesar de servir a un mismo señor, no existe un mutuo aprecio entre ambos, pues es Kel’thuzad, y no Anub’Arak, el elegido para portar la vara con que el Rey Lich ha de azotar al mundo.

Durante los siguientes años, la plaga del Rey Lich se extenderá mortífera sobre Lordaeron. El nuevo campeón del Rey Lich, encarnado en el príncipe heredero de la corona del Rey Terenas, lleva la desolación a Lordaeron, Dalaran y la lejana Quel’thalas, tierra de los Altos Elfos. Inicia la invasión tan temida y esperada por tantos siglos. La Legión Ardiente regresa a Azeroth para el Día del Juicio. El Rey Lich, sin embargo, tiene otros planes…

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Vencida la Legión en Hyjal, y en desbandada los demonios sobrevivientes, el Rey Lich lleva a cabo su misión para liberarse. Hay, sin embargo, un fallo en su cálculo. El terrible ataque de Illidan Stormrage al Trono de Hielo le ha debilitado en grado sumo, aunque aún tiene el poder suficiente para urgir la presencia de su Elegido.

Raudo, el Príncipe Maldito hace presencia en Northrend, donde deberá enfrentarse a nuevos y viejos enemigos. De las entrañas mismas de la tierra surge un nuevo e inesperado aliado. Un aliado que el mismo Rey Lich tenía preparado desde hacía décadas. Anub’Arak reaparece, esta vez para demostrar todo su poder.

Es así cómo ambos deben atravesar las profundidades de Azjol-Nerub, donde un oscuro poder del pasado ha sido despertado. Un poder Sin Nombre.

Finalmente, ante el Trono de Hielo, se ha de llevar a cabo una épica sinfonía de fuego y escarcha.
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